sábado, 4 de mayo de 2013
Perversidad.
No he encontrado una definición más precisa para el accidente psicológico de la maldad humana que el acuñado por Edgar Allan Poe como instinto de perversidad.
A numerosos estudiosos o analíticos de las características de la mente humana le satisface concebir esas conductas, reacciones o instintos atroces como un contenido natural y concentrado de los retazos de la animalidad imbricada en el desarrollo evolutivo y natural de la especie humana, obviando la variable volitiva, hundiéndola en la caprichosa dismorfia irracional de la soberanía del instinto sobre la racionalidad.
Se prefiere pensar que la deformidad moral es prueba de un atavismo irreparable nacido de algún accidente genético, más que asumir que esa ruptura o transformación de la mente está al alcance de todo ser que tome primero conciencia, y luego, potencia de ella.
Hay múltiples factores circunstanciales que dirigen a condiciones propicias para esta abrasión y destrucción del sentido de humanidad, pero sin ser ello un acto lúcido ocurre que los protagonistas despiertan tras el curso de sus monstruosidades como de un mal sueño que no pueden justificar, tan pronto como las condiciones en que han sido sumidos desaparecen. Aunque sin haber sido un acto consciente, tampoco son capaces de absorber con resiliencia las consecuencias de sus actos y muchos de los perversos transitorios acaban por tener secuelas y trastornos adheridos de por vida, fruto de la contradicción neurótica constante entre sus actos nefastos y una realidad en la que ya ni son aplicables ni necesarios ni posibles y desbaratan por sí mismos la imagen social y la imagen personal del alterado individuo.
Pero el caso central no es ni el del individuo que se ha visto avocado a la crueldad por el peso de las circunstancias ni el que ha nacido con una tendencia congénita a ejercerla pues en ambos casos hay un condicionamiento directo de la personalidad. El 3% de la población mundial tiene una carga sintomática importante de psicopatía y en condiciones elevadas de estrés la crueldad y el egoísmo extremo imperan en un porcentaje extenso de los tipos psicológicos, superponiéndose al instinto de supervivencia.
Sin embargo, el término da nombre a una tendencia constante y acallada que murmura en el fondo de la caverna mental con la voz de la posibilidad que siempre ofrenda la libertad. Es la certeza convencida de todo de lo que somos capaces de hacer, la percepción exacta de una frontera, el conocimiento de un conjunto de cuerdas de la psique que emiten siempre una melodía extraña, terrible y poderosa como un trueno que se elige o un cataclismo que se reclama. Es la inquietante posibilidad de negar en un acto todo lo que eres y quieres ser y dejar firmado al menos aparentemente la muerte y desaparición del camino de la plenitud.
El mal es la llave de la autodestrucción más profunda.
Es tan sumamente tentador y horrendo el poder de negar instantáneamente todo lo que significa ser humano, romper y hundir en la sima de tu negrura asumida el peso y el ritmo de las civilizaciones enteras que han corrido por la historia hasta desprenderte a ti, que hay seres que toman los mismos resortes que otras personas emplean para aportar civilización progresiva a la humanidad, en precisamente romper interiormente con todo lo que puede concebirse como bello o armónico, y transmitirlo. Necesitan representar esa ruptura, para hacerla real, han de realizarla. Actos irreparables...quieren ser estéticamente...nada los es realmente, la entropía tiene incontables caminos y ninguno es preferente si produce el mismo desorden.
Ese magnetismo de tinieblas a veces absorbe toda la libertad del individuo y hace de su camino una caído abismal, atormentada y convulsa, llena de un sufrimiento y una impotencia desgarrada. Otras, es fruto de una elección libre y serena, profundamente escogida y seguida por lo cual adquiere una deshumanización ideal que sin alterarlo, transforma y remata radicalmente al sujeto, haciéndolo dueño y rector de su malignidad.
Por último, señalar que estamos estructuralmente muy protegidos de ese magnetismo pero que es común a todos pues nace de la potencia de nuestra libertad. El camino hacia la libertad nos libera de estructuras y para continuar por encima de ese magnetismo debemos sustituir la rigidez de estas estructuras por la solidez e integridad de la conciencia creciente.
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